LOS GRADOS DEL SER PSICOFISICO
El puesto singular del hombre nos aparece claro cuando dirigimos nuestra atención a la estructura total del mundo biopsíquico. A este fin voy a partir de una serie gradual de las fuerzas y facultades psíquicas, en la forma en que la ciencia la ha establecido paulatinamente.
Por lo que se refiere al limite de lo psíquico, coincide con el límite de la vida en general*.
Junto a las propiedades objetivas que pertenecen esencialmente al fenómeno de las cosas llamadas vivas (en cuyo detalle no puede entrar por ejemplo, el automovimiento, la autoformación, la autodiferenciación, la autolimitación en sentido espacial y temporal) presentan los seres vivos otro carácter, para ellos esencial y que es el hecho de que no sólo son objetos para los observadores externos, sino que poseen además un ser para mí, un ser íntimo, en el cual se hacen íntimos consigo mismo.
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* La doctrina de que lo psíquico empieza con la "memoria asociativa" o sea en el animal, o aun sólo en el hombre (Descartes), se ha revelado errónea. Pero sería arbitrario atribuir psique a lo inorgánico.
IMPULSO AFECTIVO (PLANTA)
El grado ínfimo de lo psíquico, o sea, de lo que se presenta objetivamente (por fuera) como ser "ser vivo" y subjetivamente (por dentro) como "alma" y a la vez el vapor que lo mueve todo, hasta las alturas luminosas de las actividades espirituales, suministrando la energía a los actos más puros de pensamiento y a los actos más tiernos de radiante bondad, es el impulso afectivo, sin conciencia, ni sensación, ni representación.
Como la misma palabra "impulso" lo indica, en él no se distinguen todavía el "sentimiento" y el "instinto" que, como tal, tiene siempre una orientación y finalidad específica "hacia" algo, por ejemplo, hacia el alimento, hacia la satisfacción sexual, etc..
Una mera "dirección hacia" y "desviación de" ( por ejemplo de la luz), un placer y un padecer sin objeto, son los dos únicos estados del impulso afectivo. Pero este impulso se distingue ya netamente de los centros y campos de fuerza que están en la base de las imágenes transconscientes, llamadas cuerpos inorgánicos. En ningún sentido puede atribuirse a éstos un ser íntimo.
Debemos y podemos adjudicar ya a las plantas, este primer grado de la evolución psíquica, que se presenta en el impulso afectivo*. Pero de ningún modo es lícito concederles también sensación y conciencia como hizo Fechner. Quien con éste considere, ilegítimamente, la "sensación" y la "conciencia" como los componentes más elementales de lo psíquico, deberá negar que las plantas estén animadas.
El impulso afectivo de las plantas está ya, sin duda, adaptado a su medio, a su desarrollo en su medio, con arreglo a las direcciones direccionales del "arriba" y el "abajo" o sea, hacia la luz y hacia la tierra, pero ésta adaptación lo es sólo al conjunto no especificado de éstas direcciones del medio, a posibles resistencias y efectividades (importantes para la vida del organismo) en ellas, no a componentes del mundo ambiente, no a estímulos determinados, a los cuales correspondan especiales cualidades sensibles y elementos representativos.
La planta reacciona, por ejemplo, específicamente a la intensidad de los rayos luminoso, pero no de modo diferente a los colores ni las direcciones de los rayos.
Según las recientes y detenidas investigaciones del botánico holandés Blaauw, no se puede atribuir a las plantase ningún tropismo específico, ninguna disensión, ni tampoco los menores indicios de un arco reflejo, ni asociaciones, ni reflejos condicionales, ni por tanto, ninguna clase de "órganos sensoriales" como los que Hahberlandt trató de definir en una detenida investigación.
Los fenómenos de movimiento, provocados por estímulos y que eran referidos antes a ese grupo de cosas, se han revelado partes de los movimientos generales de desarrollo en la planta.
Preguntémonos ahora, cuál es el concepto más general de la sensación. En los animales superiores, los estímulos ejercidos sobre el cerebro por las glándulas sanguíneas, representarían las "sensaciones" más primitivas y constituirían la base, tanto de las sensaciones orgánicas, como de las sensaciones procedentes de procesos exteriores. Pues bien, el concepto de sensación contiene:
1º cierto anuncio interno específico, que de un estado orgánico y cinético momentáneo del ser vivo, llega a un centro
2º Cierta modificabilidad de los movimientos, que se producen en el momento subsiguiente inmediato, a consecuencia de dicho anuncio.
Según esta definición del concepto de sensación, la planta no posee ninguna sensación, ni tampoco ninguna "memoria" específica, que rebase la dependencia, en que sus estados vitales se encuentran respecto del conjunto de su historia anterior, ni tampoco verdadera capacidad de aprender, como la que revelan ya los infusorios más sencillos.
Algunas investigaciones que pretendieron descubrir en las plantas reflejos condicionados y cierta capacidad de adiestramiento, habían incurrido sin duda en errores. El empuje general de crecimiento y reproducción contenido en el "impulso afectivo", es lo único que hay en la planta, de eso que llamamos vida instintiva en los animales.
La planta suministra, por tanto, la prueba más clara de que la vida no es esencialmente voluntad del período (Nietzsche), puesto que ni busca espontáneamente su sustento, ni en la reproducción elige de un modo activo su pareja.
Es fecundada pasivamente por el viento, las aves y los insectos y puesto que ella misma se prepara en general el alimento que necesita; con materias inorgánicas que existen en cierta medida por todas partes; no ha menester como el animal, dirigirse a determinados lugares para encontrar su sustento.
El hecho de que la planta no disponga de libre espacio para el movimiento espontáneo de translación, que tiene el animal, y no posea ninguna sensación ni instinto específico, ninguna asociación ningún reflejo condicionado, ni verdadero sistema nervioso y de poderío, constituye por lo tanto un conjunto de deficiencias, que se comprenden de modo perfectamente
La dirección esencial de la vida, que designa la palabra vegetativo, los muchos fenómenos de transición entre la planta y el animal, ya conocidos por Aristóteles, prueban que los conceptos de que nos ocupamos aquí, no son conceptos empíricos, es un impulso dirigido íntegramente hacia afuera.
Por eso llamo estático al impulso afectivo de la planta, para indicar, que a ésta, le falta totalmente el anuncio retroactivo de los estados orgánicos a un centro, anuncio que es propio de la vida animal; le falta completamente esa reversión de la vida sobre si misma, esa reflexión, por primitiva que sea de un estado de intimidad "consciente" por débil que sea. Pues la conciencia surge en la reflexión primitiva de la sensación, y siempre con ocasión de las resistencias que se oponen al movimiento espontáneo primitivo*
Ahora bien: la planta puede carecer de sensaciones por que, químico máximo entre los seres vivos, se prepara ella misma el material de su arquitectura orgánica con las sustancias inorgánicas. Su existencia se reduce pues, a la nutrición, al crecimiento, a la reproducción a la muerte ( sin una duración específica de vida)
No obstante, existe ya en la existencia vegetativa el fenómeno pimodial de la expresión, cita fisognómica de los estados internos: marchito, lozano, exuberante, pobre, etc.
La "expresión, es en efecto, un fenómeno primordial de la vida y no, como Darwin pensaba, un conjunto de acciones atávicas adaptadas. En cambio, lo que falta asimismo completamente a la planta son las funciones de notificación que encontramos en todos los animales y que deteminan el trato de los animales con otros y emancipan ampliamente al animal de la presencia inmediatas de las cosas, que tienen para él una importancia vital.
Pero sólo en el hombre se alza sobe las funciones de expresión y notificación, la función de representación y denominación de signos, como vemos.
Con la conciencia de la sensación falta también a la planta toda vida de "vigilia"; la cual nace de la función vigilante de la sensación. Por añadidura, su individualización, la medida de su hermetismo espacial y temporal, es mucho menor que en el animal. Se puede afirma que la planta testimonia mucho más que el animal, la unidad de la vida, en sentido metafísico y el paulatino carácter evolutivo de todas las formas de la vida, modeladas en complejos cerrados de materia y energía.
Tanto para sus formas como para sus modos de conducirse facasa por completo el principio de la utilidad, tan desmedidamente sobreestimado por los dawinistas como por los teístas; y por completo también fracasa el larmarckismo. La forma de sus partes foliadas revelan, con más insistencia aún que las innumerables formas y colores de los animales, una principio de fantasía juguetona y puramente estético en la raíz ignota de la vida. No encontamos aquí el doble principio del guía y los secuaces, del ejemplo y la imitación, tan esencial en todos los animales que viven en grupos. La deficiente centralización de la vida vegetativa, y muy en especial la falta de sistema nervioso, hace que la dependencia de los órganos y las funciones orgánicas sea justamente en la planta mas íntima po naturaleza que en los animales. Cada estímulo modifica el estado total de la vida en la planta, mucho más que en el animal; la causa de ello es la natualeza del sistema histológico de conduce los estímulos a la planta. Por eso es más difícil y no mas fácil (en general) dar en la planta una explicación mecánica de la vida que no en el animal.
Con la mayor centralización del sistema nevioso en la serie animal surge también una mayor independencia de sus reacciones parciales; y con ésta se produce cierta semejanza del cuerpo animal a la estructura de una máquina.
Este primer grado del aspecto interior de la vida, el impulso afectivo, existe también en el hombre. Como veremos, el hombre contiene todos los grados esenciales de la existencia y en particular de la vida; y en él llega la natualeza entera (al menos en las regiones esenciales) a la mas concentrada unidad de su ser.
No hay sensación, ni percepción, por simple que sea mi representación, tras de la cual no esté ese obscuro impulso, el cual alimenta la sensación con ése su fuego constante cesa entre los periodos de vigilia y de sueño. Aun la sensación mas simple es siempre función de una atención impulsiva, nunca mera secuela del estímulo. Al mismo tiempo, este impulso representa la unidad de todos los instintos y afectos del hombre, tan numerosos y variados.
Según modernos investigadores, estaría localizado en el tronco cerebral del hombre, que probablemente es también centro de las funciones glandulares, el agente de los procesos cerebrales y psiquicos.
El impulso afectivo es, además, el sujeto, también en el hombre, de esa primaria sensación de resistencia que constituye la raíz de toda posesión de "realidad" y "efectividad" y en especial la raíz de la unidad de la realidad y de la impresión de realidad que pecede a todas las funciones representativas como he demostrado ampliamente en otros lugares*.
Las representaciones y el pensamiento mediato nos indican solamente el monto del ser y el diferente ser de esa realidad; pero ella misma, como "realidad" de lo real, nos es dada en una resistencia universal, acompañada de angustia, o en una sensación de resistencia.
El sistema nervioso "vegetativo" que regula ante todo la distribución de los alimentos representa organológicamente, como ya indica su nombre, la vegetalidad existente aún en el hombre.
Una periódica sustracción de energía al sistema animal, que regula las relaciones externas de poderío, en favor del vegetativo, es, probablemente, la condición fundamental del ritmo de los estados de vigilia y sueño; el sueño es, por lo tanto, un estado relativamente vegetativo del hombre.
*1 la impresión de que la planta carece de un estado íntimo procede tan sólo de la lentitud con que verifica sus procesos vitales. A la lupa del tiempo esta impresión desaparece po completo
*2Toda conciencia se basa en un padecer y todos los gados superiores de la conciencia se basan en un padecer creciente.
*3 Cf. mis ensayos "el tabajo y el conocimiento en las formas del sabe y la sociedad" Leipzig 1926 y "El problema de la realidad" Cohen, Bonn 1928.
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