domingo, 1 de septiembre de 2019

Un día de sol

Si bien estamos en el umbral de setiembre hoy hace un día de esos donde el sol lacera la piel. El aire caliente anuncia una de esas tormentas de verano, pero el cielo esta claro y limpio aunque parece que se hubiese abierto la puerta de un horno. Los insectos zumban y aquí y allá se oye entre las ramas de los pinos el escarceo de las palomas. Como tengo que hacer ejercicio y con esta canícula no hay quien camine decido ir a dar unas vueltas a la piscina. Según bajo las escaleras recuerdo que no me he puesto protector solar pero tengo bastante melanina  en la piel que me salvaguardará. El asma me pesa en el pecho y es como si una mano apretase mis bronquios, no se por qué en días como éstos  estoy peor. Recuerdo que papá de niña me decía que parecía un perrillo sacando el hocico por la ventanilla del coche (o el autobús). Llego al borde azul, me quito toda la ropa, me gusta sentir el frescor del agua en cada milímetro de mi piel. La piscina esta rodeada casi totalmente por arbustos y setos y me resguarda de miradas indiscretas. En cuanto me sumerjo experimento una sensación de unirme a la naturaleza, debí ser pez en alguna vida anterior. Pensaba resguardar mi cabello del agua pero no me pude resistir a hundir la cabeza, el frescor recorre todo mi cráneo, como el agua no opone resistencia me siento ligera y elástica con las piernas si cabe mas largas, noto cada uno de mis músculos  de la espalda y las manos cortan el agua en el ángulo adecuado. Es en estos breves momentos de felicidad y armonía que me siento adolescente.