miércoles, 2 de enero de 2008

Floren

Floren era una mujer profundamente vital.
Su pelo era grueso y caía en grandes ondas castaño obscuro sobre sus hombros, era un lujoso marco para su rostro. Su piel que era muy tersa, tenia pequeños poros y una suave pelusilla que le daban una suavidad aterciopelada a sus mejillas.
En medio de su rostro brillaban dos enormes y tristes ojos castaños, enmarcados por dos cejas con un arco largo y sensual.
Bajo la nariz graciosa dos gruesos y largos labios apenas afeados por unos imperfectos dientes, fruto de años de vicisitudes.
Tenia un cuello y hombros bien proporcionados y sus pechos eran voluptuosos, ni pequeños ni enormes.
Sus pechos eran su mayor orgullo y se sabía atractiva y femenina.
No era muy alta, pero si armonicamente proporcionada, tenia unas caderas muy femeninas y su trasero era otro de sus orgullos.
Muchas veces me contaba, que el ser guapa había sido un gran contratiempo a lo largo de su vida, pues tan pronto despertaba las envidias de las de su género, como distanciaba a los posibles y tímidos pretendientes.
Ella creía, que posiblemente muchos mozos de su pueblo no se le acercaban, pues la veían inalcanzable, no solo por ser guapa, sino porque había adquirido el aspecto de la gran urbe.
Ser guapa en los años 40 no parecía tener las ventajas que proporciona la belleza y juventud en el siglo 21.
Tuvo una vida muy dura, como nadie pueda siquiera imaginar. Su niñez estuvo teñida de hambre necesidades y precariedad. Nació en una zona minera donde la salud se resentía rápido y quedó huérfana muy niña.
Su madre para salir adelante, se casó con un viudo que también aportaba hijos al matrimonio. Nacieron nuevos hermanos y la vida, con tantas bocas que alimentar, no fue fácil.
Sobrevivir era el único objetivo vital, por lo que, a los 13 años, para aliviar la carga familiar, fue enviada a Bilbao a servir.
Allí, la vida no fue mas fácil que en el pueblo, ni para ella, ni para nadie. Corrían tiempos de posguerra y de cartilla de racionamiento, épocas en que se inventariaban hasta las patatas.
Atras quedaron años llenos de dolor, pasada la guerra, el fusilamiento de dos hermanos y el alejamiento de la familia....
Las fotos que conservo de la época, son como una puesta en escena del ideal de felicidad. No descuidaban detalle, ni de peinado, ni de vestuario.
Supongo que esas fotos que la gente se hacía por un fotógrafo profesional, eran todo un evento en sus pobres y anodinas vidas. Nada se dejaba al azar, los fotógrafos a su vez, montaban unas puestas en escena, en que el ángulo, la luz, los enseres, todo era cuidado al detalle.

Supongo que en algún momento de esa gloriosa juventud Floren conoció y se casó con mi padre.
No me contaron nunca nada al respecto, por lo que pienso que no fue un apasionado amor. Solo sé que mi madre siempre me hablaba de que era muy atractiva y no pasaba desapercibida, por lo que creo que debió haber un fuerte atractivo físico, especialmente por parte de mi padre. Pero nada ayudó a que esto se convirtiese en un gran amor.
Pronto, nada más casarse, mi madre quedó inoportunamente embarazada de mí. Supongo que no era el mejor momento para nacer, pero no había ningún buen momento en aquella época.
Sé que mi padre perdió su posición y trabajo y buscando salidas escapó a Francia con lo puesto y sin anunciarlo a nadie. Al poco tiempo, faltándome 15 días para venir al revuelto mundo de ese entonces, hizo ir a mi madre.
Arregló el viaje con alguien que, a la noche y en una barca, pasaría a mi madre por Irun.
Salió de casa como si fuese a comprar el pan y sin decir nada a nadie, se fue sin más, tal era el peligro.
Mi tío Ignacio se suponía debía llevar las maletas más tarde.
Fué una noche terrible, en que mamá, encogida de miedo, con la mirada clavada en el centinela del puente de Irún, contenía la respiración esperando que ese momento pasase y viniese luego un futuro mejor.
Mi madre me cuenta estas vivencias como un sino que le tocó vivir.
Pero nada bueno esperaba al otro lado del río, sino más de lo mismo. Lo que encontró, fue una habitación mal instalada, un país y una lengua extraña y precariedad. Y yó...un cajón de fruta a modo de cuna fue lo que tuve mis primeros días de vida en Francia.
Para alegría de mi madre fui una bebe robusta y risueña y tuvimos el apoyo de un matrimonio, Monssieur y Madamme Couffin, que fueron mis padrinos y de los que nunca más tuve noticias.
Mis padres aprendieron el francés a marchas forzadas, pero pronto otro contratiempo se avecinaba: mi hermano Javier nacería 18 meses después que yo.
No fue un niño fuerte, por el contrario, su cuerpecito mostraba las carencias del embarazo, fue siempre delgado y pequeño.
Poco tiempo duró nuestra vida en Decazeville, que así se llamaba el pueblo. Pronto la Francia de la fraternité se deshizo de todos los españoles sin papeles y nos vimos camino de Marsella con nuestros bártulos embarcando en el PROVENZE hacia Brasil.
Mi madre no lo pasó muy bien en la travesía, ni tampoco mi hermano, no salieron del camarote, parecían predestinados a que nada les fuera favorable.
Llegamos a Santos, pero nos instalamos en PortoAlegre. Sé que mi madre tampoco fue feliz allí. El clima era terrible, caluroso, húmedo.
Las supersticiosas gentes que habitaban aquellas tierras le inspiraban miedo y desconfianza, las casas eran pobres y apiñadas, las calles insalubres y sucias, por otra parte, nosotros eramos dos niños europeos rubios que despertábamos la curiosidad de la gente y el desasosiego de mi madre, que temía le robasen sus niños.
También el idioma y las comidas eran nuevas.
Por otra parte, mi padre, que era un hombre poco práctico, tampoco era muy hábil para abrirse camino y mi madre no se sentía protegida, todo lo contrario.
Floren recordaba aquellos años, como años de necesidades, penurias, miedo, incertidumbre, hacinamiento y además sentía, que con dos niños pequeños, tenía las manos atadas.
Al final nuevamente cogimos los trastos y nos fuimos a Montevideo.
Muchas cosas de esa época me las contó mi padre, por que mi madre siempre estaba corriendo para atendernos y no hablaba mucho con nosotros, solo para ordenarnos que nos laváramos la cara, o que fuéramos a dormir.
No recuerdo,en mi infancia, muchas conversaciones con mi madre, siempre estaba enredada en sus labores sin parar solo para caer rendida al anochecer.
Recuerdo eso sí que finalmente mi madre entró a trabajar en Intercontinental Hotels, una compañía americana y nuestro ir y venir pareció detenerse.
Vivíamos en la calle Ortíz, una calle larga de tierra, al final del pueblo y que moría, sin salida, en un arroyo, el arroyo de las Piedras.
No duró mucho la buena racha sin que irremediablemente todo se torciera.
Mi padre enfermó gravemente y no puedo decir que fue inesperadamente, pues fue el resultado del cigarillo, años de vicisitudesy mal comer.
Tuvo que ser ingresado en el hospital publico "Saint Bois", que estaba especializado en enfermedades de pulmón. No había otra opción, solo allí podía recuperarse, medicarse y alimentarse correctamente.
Mi madre que tenía un gran instinto de supervivencia, sabía que de las cartas que tenía en la mano, no debía descartarse de la de su nuevo trabajo, por lo cual, cogió a mi hermano y a mí y nos llevó a la "Casa Cuna".
Era un lugar limpio y con profesionales y sanitarios que se hacían cargo por un corto plazo de los niños que no pudiesen ser atendidos por sus padres.
Recuerdo el sitio como un lugar grande, con techos muy altos, camas de tubo blanco como las de los hospitales.
No había intimidad, había muchas camas y muchas corrientes de aire, también mucha disciplina, un horario.....era un lugar que proporcionaba lo necesario menos el calor familiar.....en aquellos años, aseo, alimento, ropas y educación se consideraban suficientes para un niño.
Mi madre no pudo dejarnos allí mucho tiempo pues nos extrañaba mucho y nos fue a buscar al cabo de una semana.
Se me hizo tan larga la estancia allí, que me parecieron años, aún recuerdo la enorme sala llena de camas.
Nos llevó entonces a casa de una vecina para que nos cuidase mientras estaba en el trabajo, de ese tiempo tampoco tengo un buen recuerdo, pero eso es otra historia.

A partir de ahí, recuerdo a mi madre siempre trabajando, se iba muy de madrugada.
Nosotros nos quedabamos con papá, que nos educaba con un cierto toque militar.
En cuanto tocaba la diana con la boca a modo de trompeta, saltabamos como diminutos soldados, hiciese frio o calor y sin dilación y con paso ágil nos vestíamos sin protestar.
Mamá volvía por la tarde, acarreaba agua con cubos desde la esquina de casa, dónde había un grifo público, ya que muy a menudo, el suministro de agua corriente se interrumpia.
También solía sacar agua del algibe, pero no sé por qué razón no la usaba para lavar, creo recordar que con ese agua, el jabon se cortaba.
Luego estaba horas en la pila restregando con las manos las sabanas, camisas, calcetines.....siempre tenía las manos muy rojas.
Colgaba la ropa a secar en un alambre, la recogía, la planchaba, cocinaba, corría......no recuerdo a mi padre haciendo nada.
Pero Floren al día siguiente igual......
Creo que de ella me viene lo de no perder un minuto, pues cada segundo cuenta, es valiosísimo.

Mamá siempre estaba hablando de poner un negocio, o de que tal o cual cosa del hotel, nos traía libros, revistas, periodicos, dosiers de la ALALC, para que los usaramos por el anverso de las hojas.
También recuerdo que tenía unas nociones muy claras de las bonanzas de la nutrición, daba mucha importancia a las vitaminas y de dónde obtenerlas y se que, si bien mi padre nos instruía con sus charlas, era mi madre la que nos inculcó el ansia por la ilustración.
Ella misma se puso a aprender el idioma inglés y tan pronto como tuvimos la edad de 9 años nos envió a aprenderlo a nosotros.
Siempre buscaba la superación personal a través del trabajo incansable, era muy observadora y analizaba todo, incluso lo que no entendía.
Optimizaba los recursos y las horas que tiene un día.
Nunca esperaba regalos, fiestas, vacaciones, viajes, era feliz con solo disponer de los medios necesarios para vivir y su unica ilusión era tener una casa propia y que nosotros sus hijos estudiaramos para ser mejores en la vida y asi lo hicimos y asi lo hicieron sus nietos ya que ese legado que nos transmitió trascendió varias generaciones.